Casas de cartón


Él se sentía solo en su casa de cartón, amañó la soledad, le hizo un pacto al duende que roba el sueño. No dormía apenas, solo deseaba poder caminar y vislumbrar, aunque fuera, una pequeña luz en el fondo de aquel vaso que había rellenado con recuerdos. Nunca mostraba su color, dejaba a la gente ciega con tanto ego tramposo. Mintió desde que decidió llamar la atención de alguna rubia con tesoro al por mayor. Su epitafio no tendría descripción, sus lágrimas perdieron el sabor. No había nada que pudiese ser querido, o aprovechado. Solo arte en unas manos que olvidaron el tacto de otra piel que no fuese la suya. No podía acariciar, ni sentir la lluvia. Solo había vacío en su razón, porque nunca la tenía. Vivía equivocado juzgando al que también juzga. Siendo juez y abogado de su propia penumbra. Luchaba por no sabía qué. Pegaba al odio que contemplaba en su reflejo, aquel reflejo sin pupilas. No dejaba huellas. Pasó tan de puntillas que no se puede decir que pasó, solo que acaricio el infierno con la yema de los dedos, pero hasta allí le denegaron la entrada.

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