Líbrame de mi estigma



Se me está cayendo la cabeza de tanto imaginar. Se me están cayendo las palabras, las mentiras, las corazas. No encuentro razones para mi y estoy cansada de ser solo esto. He empezado a aprender cosas nuevas, nunca demasiado buenas como para aburrirme. Pero es muy difícil o, quizás, demasiado fácil. Y todo esto me asusta, me acompleja. Empiezo a sentirme como una piedra diminuta, dura, pero fracturada y tirada en algún lugar de este inmenso suelo. El mar ya no es tan bonito. Desde que lo echo de menos ha dejado de importarme. En realidad, la mayor parte del tiempo sé de lo que hablo. Pero ahora no, ahora está todo tan mojado allí fuera, donde nadie puede verme y no se oyen mis gritos. Creo que he comenzado a desaparecer, a irme poco a poco de este gigante revoltoso al que algunos locos dan nombre de mujer. La llaman realidad pero no puede serlo, sería demasiado horrible y feo que existiera algo con una definición así, tan falta de sinsentidos.



Báilame el agua.
Úntame de amor y otras fragancias de su jardín secreto.
Riégame de especias que dejen mi vida impregnada de tu olor.
Sácame de quicio.
Llévame a pasear atado con una correa que apriete demasiado.
Hazme sufrir.
Aviva las ascuas.
Ponme a secar como un trapo mojado.
No desates las cuerdas hasta que sea tarde.
Sírveme un vaso de agua ardiente y bendita que me queme por dentro, que no sea tuya ni mía, que sea de todos.
Líbrame de mi estigma.
Llámame tonto.
Sacrifica tu aureola.
Perdóname.
Olvida todo lo que haya podido decir hasta ahora.
No me arrastres.
No me asustes.
Vete lejos.
Pero no sueltes mi mano.
Empecemos de nuevo.
Sangra mi labio con sanguijuelas de colores.
Fuma un cigarro para mí.
Traga el humo.
Arréglalo y que no vuelva a estropearse.
Échalo fuera.
Crúzate conmigo en una autopista a cien por hora.
Sueña retorcido.
Sueña feliz, que yo me encargaré de tus enemigos.
Dame la llave de tus oídos.
Toca mis ojos abiertos.
Nota la textura del calor.
Hasta reventar.
Sé yo mismo y no te arrepentirás.
¿Por cuánto te vendes? Regálame a tus ídolos.
Yo te enviaré a los míos.
Píllate los dedos.
Los lameré hasta que no sepan a miel.
Hasta que no dejen de ser miel.
Sal, niega todo y después vuelve.
Te invito a un café.
Caliente claro.
Y sin azucar. Sin aliento.

Daniel Valdés 

No hay comentarios:

Publicar un comentario